Hay
momentos que se tornan memorables sin que formen parte de algún evento
trascendental. Situaciones que, por sencillas, se convierten en gratas anécdotas
que vale la pena contar.
Hace
algunos años, un domingo cualquiera en el que me encontraba de visita en casa
de mis padres y mientras veía televisión con mamá, se asomó una noticia relacionada
con “Memoria de mis Putas Tristes” de Gabriel García Márquez. En ella
informaban todo el alboroto que se produjo debido a que la novela había sido pirateada
antes del lanzamiento original del libro.
Lo
cierto del caso, es que mientras lo veíamos, mamá dice:
— ¡Ah vaina! ¿y Gabriel García Márquez
no estaba muerto?
Yo, horrorizada ante la ignorancia de mi dulce
madre, le comento:
— ¡Chica! Pero ¿por qué tú siempre estás
tan perdida?
Y no conforme con eso, a modo de chiste, le
pego un grito a mi papá que se encontraba en la cocina:
— ¡Epa! escucha a mi mamá, ¡Y que García
Márquez estaba muerto!
A lo que mi viejito contesta, con su acento
guarísimo:
— ¿Y quién carajos es ese?
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