El año que papá compró la casa nueva, quedó muy corto de
dinero, por lo que en esas vacaciones no hicimos nada en particular. Graciela y
yo nos quedamos con mamá, dibujando, cantando, leyendo cuentos y viendo
televisión todo el día, mientras papá debía trabajar.
Llegado el regreso a clases, como casi todos los años, las
maestras nos pidieron realizar una composición sobre el disfrute de nuestras
vacaciones. Graciela, que entonces cursaba tercer grado, hizo un escrito que impactó
a la maestra y posteriormente a mis padres.
En él narró, con gran detalle, un viaje a la Isla de Margarita. Describió como las gaviotas se asomaban por las ventanas del avión, los delfines que vio cuando hizo paseos
en lancha, lo largo que eran los días en la playa. Contó sobre gigantes castillos de arena, circos a la orilla del mar y hasta una noche
con lluvia de estrellas multicolores. Habló de trajes de baño nuevos, helados de sabores mágicos, barbies de
moda y regalos para toda la familia.
Siendo la última línea de su relato “bueno, la verdad, es
que esas son las vacaciones del año que viene, porque este año, papá no tuvo
dinero.”
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