jueves, 16 de octubre de 2014

En su propio lecho


Esa mañana, aquel hombre creyó inaugurar sus sentidos. Concibió todo diferente. El día vestía un azul más claro, el cielo se dibujaba noble y le regalaba una brisa afable con olor a fineza.

Sin dudarlo, salió de la cama. Lo hizo de un salto, como cuando era niño. Ya sus rodillas no molestaban. La espalda valiente era erguida de nuevo. Los pies firmes le bendecían. No existía dolencia alguna. Corrió. Sí, corrió y fue directo al baño. No hubo espacios, ardores, ni esfuerzos; su micción fue sólo una. Sonrió complacido, pues ya de nada padecía.

Aquel hombre se sentía naciente, como si estrenara aliento. Entonces rezó. Agradeció a sus deidades el haberle escuchado, el haber abatido sus males y atendido sus quejas.

Entusiasta y risueño, quiso mirarse en el espejo, mas no pudo hallarse. Con nerviosa rapidez, se volvió hacia la cama, donde descubrió un cuerpo anciano. Un cuerpo gastado, que con movimientos torpes, quejumbroso y adolorido, hacía intentos por levantarse.

Ante la escena, con ojos de titán y respiración agitada, aquel hombre quiso evitar que el viejo se incorporase, que deshiciera su nuevo aire, que apagase su escalada. Sin medirlo, se abalanzó sobre él y oprimió con fuerza su frágil cuello, estrangulándose hasta quedar sin aliento. Allí mismo, en su propio lecho.


Publicado en la Antología de minificción "Ballenas en Hormigueros" por la editorial Ojo de pez en Tijuana. México.

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