Esa mañana,
aquel hombre creyó inaugurar sus sentidos. Concibió todo diferente. El día
vestía un azul más claro, el cielo se dibujaba noble y le regalaba una brisa
afable con olor a fineza.
Sin dudarlo,
salió de la cama. Lo hizo de un salto, como cuando era niño. Ya sus rodillas no
molestaban. La espalda valiente era erguida de nuevo. Los pies firmes le
bendecían. No existía dolencia alguna. Corrió. Sí, corrió y fue directo al
baño. No hubo espacios, ardores, ni esfuerzos; su micción fue sólo una. Sonrió
complacido, pues ya de nada padecía.
Aquel hombre se
sentía naciente, como si estrenara aliento. Entonces rezó. Agradeció a sus
deidades el haberle escuchado, el haber abatido sus males y atendido sus
quejas.
Entusiasta y risueño,
quiso mirarse en el espejo, mas no pudo hallarse. Con nerviosa rapidez, se
volvió hacia la cama, donde descubrió un cuerpo anciano. Un cuerpo gastado, que
con movimientos torpes, quejumbroso y adolorido, hacía intentos por levantarse.
Publicado en la Antología de minificción "Ballenas en Hormigueros" por la editorial Ojo de pez en Tijuana. México.