Cerca de mi cumpleaños número diez, papá compró nuestra
primera casa. Todos estábamos muy entusiasmados con la casa nueva: grande,
cómoda y con un patio inmenso para poder jugar. La casa era perfecta, como mamá la había soñado. Lo difícil vino cuando nos mudamos, pues mamá se
vio muy ajetreada y estuvo mucho tiempo ocupada sacando cosas de las cajas, limpiando,
organizando muebles, enseres y haciendo todo lo que conlleva una mudanza. Ella sola debía dedicarse a esto, porque como siempre, papá tenía que trabajar.
Tan atareada y cansada estaba mamá por aquellos días, que durante
un par semanas no le alcanzó el tiempo para prepararnos la merienda en la
mañana, como era su constumbre. Entonces se acercaba apuradita al colegio, cerca de la hora del recreo, con
nuestras loncheras y en ellas, la comida que acababa de preparar. Esta situación la
traía preocupada y triste, y en varias ocasiones la escuché decir que se sentía
ineficiente.
Pero esa preocupación fue hasta el día que, revisando el morral de mi hermana, mamá se encontró con un dibujo donde la maestra preguntaba ¿Qué es para ustedes
la felicidad?
A lo que Graciela respondió, debajo de una enorme carita feliz: “Felicidad es cuando viene mi
mamá a la hora del recreo a traerme la merienda recién hechecita ”.