¿Rendirse
puede considerarse una opción? Quizás. Admitir que no tenemos competencia o
talento para algo, también es válido. Incluso puede constituir un acto de
valentía. Como aquel que siempre quiso cantar pero carece buena voz y oído
musical, por ejemplo. Quizás reconocerlo, desistir de ello, podría resultar una
opción.
Pero,
¿rendirse por cansancio? ¿Por hastío? ¿Rendirse ante la desesperación de no
saber cómo actuar? ¿De no comprender? En este caso ¿es rendirse una buena
salida? No lo creo.
Admito
que el domingo pasado fui a votar por un cambio. Convencida de que Venezuela
necesita una mejor gerencia. Cansada del desorden y el caos que impera en el
país y que ha ido incrementándose exponencialmente en estos catorce años. Dolida
por las más de diecinueve mil muertes violentas que hubo durante año pasado, lo
cual, para mí, resulta demasiado, más aun, cuando una de esas víctimas formaba
parte de mi familia.
Fui
a votar y contrario a lo que había ocurrido en otros comicios, esta vez no se
trataba de un voto castigo. Fui a votar confiada en la capacidad de Henrique
Capriles Radonski para conducir las riendas de este tan maltratado país.
Capacidad que hasta ahora, en mi opinión, demostró durante su gestión como Alcalde y Gobernador. Y sí, fui con entusiasmo, segura de que al igual que yo,
la mayoría
de los venezolanos estaban cansados de este desbarajuste. Fui campante,
contenta y me contagié de la emoción de los que allí estaban. Hice una cola de
cuatro horas y media, bajo el sol, me insolé (culpa mía nada más), pero allí
estuve hasta que voté. Voté pensando en mi familia, en su futuro. Voté también creyendo
en la sensatez de mis compatriotas, a quienes escucho quejarse del hampa, del
desempleo, la inflación, los apagones, los huecos en las calles, del deterioro
de la calidad de vida en general. Pero, me equivoqué. No con mi voto, porque
sigo creyendo que Capriles es la mejor opción y hasta ahora, el mejor
presidente que podría haber tenido Venezuela. Me equivoqué cuando creí que la mayoría
quería un cambio. Perpleja escuché los resultados que daban ganador,
una vez más a Chávez. Lo que dejó en evidencia que la mayoría (muy estrecha,
pero mayoría al fin y de eso se trata la democracia, ¿no?) está conforme con la
gestión de su gobierno. Me cuesta entenderlo, pero lo acepto. Me toca compartir
el suelo con esos venezolanos satisfechos.
Pero
si algo también quedó demostrado, es que existe un movimiento, un grupo que no
comulga con esta desorganización. Ha crecido la consciencia, la inconformidad,
la necesidad de un cambio que saque al país de este sumidero. Que a pesar de la
derrota, los que apostamos a Capriles salimos fortalecidos. No fuimos mayoría, es
verdad. Pero se trata del cuarenta y cinco por ciento de la población, un
cuarenta y cinco por ciento que quería un camino distinto. Una minoría respetable,
somos considerables y al gobierno le quedó claro.
No
puedo negar que ayer lloré, que me costó conciliar el sueño, que hoy me faltó voluntad
para levantarme de la cama. Pero salir y ver a Caracas desolada, si bien me
arrugó más el alma, también me confirmó que sí, que somos una minoría respetable. Entonces
¿rendirme? ¿Tomar el camino más fácil y decir “no vuelvo a votar” o “me voy del
país”? Definitivamente no. Viviré mi duelo, despecho, guayabo, como quiera que
se llame, después voy a seguir.
No
creo en eso de “que el tiempo de dios es perfecto”. En realidad, ni siquiera
estoy segura de que exista un dios, y si existiera, no creo que se metería en
esto. De lo que sí estoy segura es que es a nosotros a quienes les corresponde trabajar
por lo que queremos. Rendirse en este caso, no es una opción. Hay que seguir
adelante, hay una promesa de futuro. Y sí, hay un camino.